Julio Cortázar
Yo no conocí a Julio Cortázar. Recuerdo con tranquila precisión el brutal nerviosismo que me asaltó en un pasillo del Hotel Del Prado la primera vez que no lo conocí. Tengo ante mí, nítidos y despedazados, cristalinos, los larguísimos instantes que duró nuestro desencuentro, pero no me acuerdo en qué año transcurrieron. Fue cuando se celebró en México una reunión política de tema tan extenso como su título: Tercera Sesión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar Chilena. Quizás en el 76. Yo no tenía en ese doloroso entierro más vela que la elemental solidaridad de mi corazón con un pueblo vejado y oprimido, pero me sentí invitado por el solo nombre, en la lista de los oradores participantes, de quien había sido mi mejor amigo: Julio Cortázar. Hacía varios años que mi vida se había dividido, como la de tantos otros, enantes de J. C. y después de J. C. Durante muchas y muy prolongadas noches de soledad adolescente, Cortázar me había hecho cisco el mundo hasta entonces conocido y aceptado y creído, tan cómodo, tan blando, tan café con leche diría él, para descubrirme el otro en el que mi adolescencia quisiera, sin vergüenza, perseverar: el del amor incodificable y la búsqueda permanente, el de la metáfora hecha carne. Con su tesonera juventud, Cortázar me había hecho verdaderamente joven, me había desordenado de manera irreversible todos mis ficheros. Pero no sólo era mi mejor amigo, el que mejor me conocía —porque nunca he sabido más de mí que leyendo sus páginas—, sino que, en cabal correspondencia, indudablemente que yo también era el mejor amigo suyo: su cómplice, el que comprendía sus rituales y sus ceremonias.
Paráfrasis
Gonzálo Celorio explica que él no conoció a Julio Cortázar; describe la primera vez que "no" lo vio en persona: una conferencia a la que acudió precisamente porque julio Cortázar era uno de los organizadores principales. El pretexto de este primer encuentro con el autor argentino, sirve a Celorio para detallar en qué consiste ese vínculo especial que desde su juventud lo une a Cortázar; dice que fue su mejor amigo, porque su vida se divide en "antes de julio Cortázar y después de Julio", debido a que Cortázar lo acompañó en su soledad adolescente al descubrirle otro mundo, diferente al suyo, cómodo y blando, de familia clase media en la Ciudad de México. Cortázar le ofreció el amor apasionado por la literatura, la juventud eterna de la pasión y el cuestionamiento de una realidad cotidiana siempre demasiado pobre. De este modo, se inicia en la complicidad de participar en los rituales y ceremonias del autor argentino.
El hombre se posee en la medida en que posee su lengua
Pedro Salinas. Defensa del lenguaje. Madrid, Alianza Editorial, 1992
No habrá ser humano completo, es decir, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de posesión de su lengua. Porque el individuo se posee a sí mismo, se conoce, expresando lo que lleva dentro, y esa expresión sólo se cumple por medio del lenguaje.
Ya Lazarus y Steinthal, filólogos germanos, vieron que el espíritu es lenguaje y se hace por el lenguaje. Hablar es comprender, y comprenderse es construirse a sí mismo y construir el mundo. A medida que se desenvuelve este razonamiento y se advierte esa fuerza extraordinaria del lenguaje en modelar nuestra misma persona, en formarnos, se aprecia la enorme responsabilidad de una sociedad humana que deja al individuo en estado de incultura lingüística. En realidad, el hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias, aun menos.
¿No os causa pena, a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar con las palabras, que al querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza a trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en impropiedad, y sólo entrega al final una deforme semejanza de lo que hubiese querido [nótese el subjuntivo] decirnos? Esa persona sufre como de una rebaja de su dignidad humana. No nos hiere su deficiencia por vanas razones de bien hablar, por ausencia de formas bellas, por torpeza técnica, no. Nos duele mucho más adentro, nos duele en lo humano; porque ese hombre denota con sus tanteos, sus empujones a ciegas por las nieblas de su oscura conciencia de la lengua, que no llega a ser completamente, que no sabremos nosotros encontrarlo.
Hay muchos, muchísimos inválidos del habla, hay muchos cojos, mancos, tullidos de la expresión. Una de las mayores penas que conozco es la de encontrarme con un joven, fuerte, ágil, curtido en los ejercicios gimnásticos, dueño de su cuerpo, pero que cuando llega al instante de contar algo, de explicar algo, se transforma de pronto en un baldado espiritual, incapaz casi de moverse entre sus pensamientos; ser precisamente contrario, en el ejercicio de las potencias de su alma, a lo que es en el uso de las fuerzas de su cuerpo.
Podrán aquí salirme al camino los defensores de lo inefable con su cuento de que lo más hermoso del alma se expresa sin palabras. No lo sé. Me aconsejo a mí mismo una cierta precaución ante eso de lo inefable. Puede existir lo más hermoso de un alma sin palabras, acaso. Pero no llegará a tomar forma humana completa, es decir, convivida, consentida, comprendida por los demás.
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